Gentrificación: ¿Evolución urbana o retroceso humano?
Gentrificación: ¿Evolución urbana o retroceso humano?
“Una ciudad no debería ser solo un lugar donde se vive, sino un espacio donde todos podamos ser.”
Vivimos en una era donde la tecnología ha alcanzado niveles inimaginables. Podemos conectarnos en segundos con cualquier parte del mundo, automatizar tareas complejas y resolver problemas con herramientas de inteligencia artificial. Sin embargo, paradójicamente, enfrentamos situaciones sociales que parecieran reflejar una regresión en nuestra conciencia colectiva. Una de estas problemáticas es la gentrificación, un fenómeno que va más allá de lo económico y urbanístico: toca las fibras de nuestra identidad como sociedad.
El término gentrificación fue acuñado por primera vez en 1964 por la socióloga Ruth Glass, al observar cómo ciertos barrios obreros de Londres comenzaban a ser ocupados por clases medias y altas, desplazando lentamente a los habitantes originales. El concepto proviene del término inglés gentry, que alude a la nobleza baja o a personas con cierto estatus socioeconómico.
Desde entonces, este proceso ha sido ampliamente documentado por instituciones como la Universidad de Columbia, la London School of Economics, y más recientemente, por universidades mexicanas como la UNAM y el Colegio de México, que han identificado este fenómeno en ciudades como Ciudad de México, Guadalajara, Tijuana y Mérida.
En México, la gentrificación ha tomado formas diversas. Uno de los casos más notorios es el de colonias como la Roma, Condesa, Juárez y el Centro Histórico en la Ciudad de México. A partir del sismo de 1985, muchas zonas populares comenzaron a vaciarse, dando paso a reconfiguraciones urbanas que, décadas después, fueron aprovechadas por desarrolladoras inmobiliarias, inversionistas y, más recientemente, por plataformas digitales de hospedaje como Airbnb.
El resultado ha sido el encarecimiento del suelo, el desalojo silencioso de pobladores de antaño y la transformación de la vida comunitaria en una experiencia de consumo efímero para turistas o residentes temporales.
Este proceso no es exclusivo de México. Ciudades como Barcelona, Berlín, Lisboa o Buenos Aires han vivido olas similares, enfrentando la pérdida del alma de sus barrios tradicionales y una creciente tensión entre locales y visitantes. Gobiernos como el de Alemania o España ya han implementado regulaciones estrictas al turismo digital y a las rentas vacacionales, pero el problema va más allá de una simple medida administrativa.
En una época donde se promueve la inclusión, la diversidad y la equidad, resulta contradictorio observar cómo la gentrificación aumenta la desigualdad, la exclusión y el desarraigo cultural. Se ha generado una nueva línea divisoria: “los que pueden quedarse” y “los que deben irse”. Esto no es solo una división económica, sino también una fractura emocional y social.
Al fenómeno se suman discursos que enfrentan a turistas vs. locales, “nómadas digitales” vs. habitantes tradicionales, y lo que es peor, se refuerzan otras divisiones ya existentes: ricos vs. pobres, hombres vs. mujeres, razas, clases, preferencias, orígenes. ¿Estamos construyendo una sociedad más libre o simplemente otra forma de segregación?
Según el estudio Desplazamiento habitacional y gentrificación en América Latina del Banco Interamericano de Desarrollo, las consecuencias de la gentrificación no son solamente económicas, sino también sociales, culturales y psicológicas: pérdida de redes comunitarias, desaparición de la identidad barrial y cultural, desarraigo emocional, incremento en la desigualdad urbana, tensiones sociales y discriminación velada. La gentrificación transforma barrios, pero también redefine quién tiene derecho a la ciudad. Y no debería haber ciudadanos de primera y segunda categoría.
Hablar de soluciones requiere ir más allá del enfoque económico o legal. Necesitamos una evolución ética y humanista que nos devuelva a lo esencial: la conciencia del otro como igual, y no como un obstáculo. Políticas públicas incluyentes, desarrollos habitacionales mixtos, regulación de plataformas digitales acompañadas de programas de apoyo a la vivienda local, educación social para turistas y residentes nuevos, y un cambio cultural que deje de ver al progreso como sinónimo de expulsión, y empiece a verlo como la capacidad de convivir y construir juntos.
Pero sobre todo, evitar caer en una nueva trampa de la fragmentación social. Ya hemos dividido al ser humano por género, por raza, por nivel económico. Si sumamos ahora divisiones entre visitantes y locales, estamos perpetuando un ciclo de tribalismo disfrazado de modernidad.
Y aquí es importante detenernos. Porque hemos comenzado a ver expresiones de enojo legítimo contra la gentrificación y el abuso turístico que se traducen en grafitis agresivos, mensajes de odio o incluso ataques directos a personas extranjeras. Estas formas de protesta no construyen, sino que abonan al mismo modelo excluyente que queremos combatir. No se trata de linchar al turista que camina con respeto, ni de culpar al extranjero que desea integrarse a una comunidad y convivir de manera consciente. El problema no está en el rostro individual, sino en los sistemas de fondo que permiten la desigualdad sin regulación.
Quienes se manifiestan contra la gentrificación merecen ser escuchados, pero también necesitan herramientas éticas para que su voz sea respetada y tomada en serio. Protestar con empatía y firmeza es posible. Señalar sin destruir, proponer sin dividir, es también parte de una ciudadanía madura. Porque la verdadera evolución no está en rechazar al otro, sino en aprender a convivir sin que esa convivencia signifique el despojo de quienes han estado ahí siempre.
Tú que lees esto, y formas parte de la generación del cambio, te invitamos a no dejarte arrastrar por la narrativa de la separación. Si queremos una sociedad realmente avanzada, debemos dejar de segmentarnos y comenzar a coexistir desde el respeto, la empatía y la construcción común.
La gentrificación no debe ser una batalla entre bandos. Puede convertirse en una oportunidad para repensar nuestras ciudades como espacios verdaderamente humanos. Porque en esta época de tecnología, lo más revolucionario no es la inteligencia artificial, ni el urbanismo futurista: lo más revolucionario es recuperar nuestra humanidad.
TEXTO EN INGLÉS
Gentrification: Urban Evolution or Human Setback?
"A city should not just be a place where people live, but a space where everyone can truly exist."
We live in an era where technology has reached unimaginable levels. We can connect in seconds with any part of the world, automate complex tasks, and solve problems using artificial intelligence. Yet, paradoxically, we face social situations that seem to reflect a regression in our collective consciousness. One of these issues is gentrification—a phenomenon that goes beyond economics and urban development. It strikes at the heart of our identity as a society.
The term gentrification was first coined in 1964 by sociologist Ruth Glass when observing how working-class neighborhoods in London were being gradually taken over by middle- and upper-class residents, displacing the original inhabitants. The word derives from gentry, referring to the lower nobility or people with certain social status.
Since then, the process has been widely documented in cities around the world. In Mexico, universities have studied how cities like Mexico City, Guadalajara, Tijuana, and Mérida have been affected. What was once community-driven, multi-generational living is now being replaced by high-end developments, speculation, and temporary residency.
In Mexico City, neighborhoods like Roma, Condesa, Juárez, and the Historic Center have undergone drastic changes. After the 1985 earthquake, many of these areas began to empty out. Decades later, real estate developers, investors, and digital rental platforms like Airbnb saw an opportunity to transform them. As a result, land prices skyrocketed, longtime residents were silently pushed out, and local life was turned into a consumable experience for tourists or temporary residents.
This isn't exclusive to Mexico. Cities like Barcelona, Berlin, Lisbon, and Buenos Aires have gone through similar waves of gentrification, losing the soul of their traditional neighborhoods and witnessing growing tensions between locals and visitors. Governments have begun implementing regulations, but the issue is more than just a matter of policy—it is a social, cultural, and ethical question.
In an age that champions inclusion, diversity, and equity, it is deeply contradictory to see how gentrification increases inequality, exclusion, and cultural erasure. A new division has emerged: those who can stay and those who must leave. And this isn’t just about money—it’s about emotional and social fragmentation.
We are witnessing rising tensions: tourists vs. locals, digital nomads vs. long-term residents. And worse still, this adds to other ongoing divisions—rich vs. poor, men vs. women, white vs. people of color, urban vs. rural. Are we truly building a more inclusive society, or simply creating a new form of segregation?
Gentrification is not just about economics; it’s about who belongs and who gets erased. It disconnects people from their roots, dismantles cultural heritage, and weakens the human fabric that gives meaning to shared spaces. Cities become prettier, perhaps, but also colder, emptier, and less human.
If we want real solutions, we must go beyond laws and housing policies. We need a humanist shift—a deeper ethical evolution. We must return to what truly matters: recognizing others as equals, not obstacles. Inclusive public policies, mixed-income developments, strict regulations on digital rentals, and educational efforts for both tourists and new residents can make a difference. But above all, we must change how we define progress—not as a synonym for displacement, but as the ability to live together with respect.
And we must be careful not to fall into yet another trap of social fragmentation. We've already divided humanity by gender, race, and class. Now, must we also draw lines between visitors and locals? If we continue this path, we are simply dressing up tribalism in modern clothes.
We are also beginning to see understandable outrage against gentrification and tourism taking the form of hostile graffiti, public shaming, or even aggression toward foreigners. But this is not the way forward. These expressions, while rooted in real pain, risk repeating the same cycles of exclusion and dehumanization they seek to protest.
Not every tourist is a problem. Many travel respectfully, eager to learn, to connect, and to contribute. They are not the enemy. The issue lies in systemic imbalances, in the lack of regulation, and in market dynamics that ignore social consequences. Fighting these injustices doesn’t require violence or hatred—it requires organization, creativity, ethics, and empathy.
Those who protest gentrification deserve to be heard. But to be heard with respect, their voice must carry dignity. To demand change without destroying. To challenge without dividing. To raise awareness without hurting others. This is not weakness—it’s a sign of a mature and conscious society.
To you, the reader, and to the generation stepping forward to lead: don't let yourself be pulled into the narrative of separation. If we truly want to build a more evolved society, we must stop drawing lines and start building bridges.
Gentrification doesn’t need to be a battle. It can be an invitation to reimagine our cities as places where everyone has the right to exist. Because in an era of technological marvels, the most radical act is not building machines—it’s reclaiming our humanity.
Referencias:
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Glass, Ruth (1964). London: Aspects of Change. MacGibbon & Kee.
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UNAM y Colegio de México – Estudios sobre gentrificación en CDMX (2018-2022).
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BID: Desplazamiento habitacional y gentrificación en América Latina (2020).
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Observatorio de Gentrificación de Barcelona.
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The New York Times, El País, Deutsche Welle: reportajes sobre gentrificación global.
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