Cringe: origen, significado generacional y su impacto sociocultural en la era digital
Cringe: origen, significado generacional y su
impacto sociocultural en la era digital
El término cringe —usado hoy con fuerza en redes sociales para señalar comportamientos, expresiones o contenidos que producen vergüenza ajena— se ha convertido en una categoría emocional y moral central en el lenguaje juvenil contemporáneo. Cringe no es sólo una palabra: es un marcador social que delimita qué es aceptable, qué es ridículo y qué debe ser excluido de ciertos espacios digitales. Su uso funciona como herramienta de clasificación social, señalización moral y control cultural entre pares.
Cringe
– Es una reacción emocional: sentir vergüenza ajena por algo que alguien hace o dice.
– Es subjetivo y no siempre tiene intención de dañar.
– Puede usarse de forma neutral (“me dio cringe”) o crítica, pero no necesariamente es agresión.
Bullying
– Es violencia sistemática: burlas, ataques, humillación o acoso repetido hacia una persona.
– Siempre implica intención de hacer daño o de dominar.
– Afecta directamente la autoestima y seguridad de la víctima.
La confusión surge porque…
Cuando alguien usa “cringe” para ridiculizar, exponer o atacar a una persona públicamente, esa acción sí puede convertirse en bullying, aunque la palabra en sí misma no sea agresiva.
En resumen:
Cringe = emoción.
Bullying = agresión.
Históricamente, la raíz léxica de cringe proviene del inglés antiguo y describe una reacción física ante algo desagradable; sin embargo, su tránsito hacia un término cultural con carga normativa ocurre con la expansión de comunidades en línea en las primeras décadas del siglo XXI. Comunidades como foros, subreddits y sitios de memes transformaron una sensación de “vergüenza vicaria” en una etiqueta crítica y performativa —es decir, etiquetar algo como cringe pasó de describir una experiencia interna a constituir una acción social con efectos reales sobre personas y colectivos. Ese tránsito—de sensación a arma social—es clave para entender la modernidad moral de la etiqueta.
Desde la perspectiva psicológica, la experiencia de cringe se relaciona íntimamente con la “vergüenza vicaria” o vicarious embarrassment: una respuesta emocional ante la humillación observada en otros, activada por mecanismos empáticos y regulada por vínculos sociales y normas culturales. Estudios recientes muestran que la rumiación y la reacción fisiológica del observador pueden ser intensas y que las respuestas varían según la cercanía social con la persona observada y la estructura normativa del grupo. Esto explica por qué los contenidos catalogados como cringe producen reacciones que van más allá del humor: activan sentimientos de rechazo, disgusto y hasta cólera moral.
En el ámbito teórico-sociológico, investigadores contemporáneos proponen caracterizar el cringe no sólo como vergüenza o asco, sino como una emoción social hostil que funciona semejante al disgusto moral: su efecto es segregar, purgar y disciplinar comportamientos que se perciben como desviados de una norma estética o ética emergente. Así, el cringe opera como una tecnología de exclusión cultural: marca límites (lo que “no es cool”) y sanciona públicamente a individuos, fandoms o prácticas creativas. Esta lectura sostiene que el cringe es un vector de poder simbólico en ecosistemas digitales.
El uso y la difusión del término están estrechamente vinculados con la Generación Z: cohortes nacidas aproximadamente entre mediados de los 1990 y 2010 que han socializado en plataformas visuales y de consumo rápido (YouTube, TikTok, Reddit, Instagram). Para la Generación Z, catalogar algo como cringe es parte de la gobernanza estética y ética de sus espacios digitales; funciona como filtro identitario y de pertenencia. Esa práctica no surge en el vacío: la hipervisibilidad y la cultura del like/scroll potencian la vigilancia de la autenticidad y del “tono” social, y el cringe se usa para señalar cuando alguien falla en esas pruebas de autenticidad.
Si buscamos equivalentes generacionales, el fenómeno no es exclusivo de la Z aunque la etiqueta cambie. Baby Boomers y generaciones X/Y han tenido sus propias categorías de condena social (por ejemplo, calificativos como “ridículo”, “tonto”, “pasado de moda” o usos de la moralidad cultural para marcar distancia). La diferencia reside en la forma y el entorno comunicativo: antes la sanción era más lenta y localizada (familia, vecindario, medios tradicionales); ahora es instantánea y global. Lo que para un baby boomer era “vergonzoso” en un contexto local, para la Z será “cringe” y se difundirá masivamente en minutos.
Respecto a las generaciones posteriores —Alfa (nacidos desde mediados de la década de 2010 en adelante) y la hipotética Beta— el impacto del discurso cringe es doble. Por un lado, puede generar una cultura de autocensura y perfeccionismo performativo en niñas y niños que crecen bajo la lógica de la exposición constante: aprenderán rápidamente a adaptar su expresión para evitar la estigmatización. Por otro lado, la infancia temprana también es terreno fértil para la re-significación: es probable que estas cohortes desarrollen recursos creativos para subvertir la etiqueta (ironía, metáta-humor, revalorización de lo “incómodo”). En suma, la reacción del colectivo generacional alfa no es pasiva: reproducirá, matizará y, eventualmente, mutará el uso del término. (Este punto es observacional y exige seguimiento empírico longitudinal).
Las consecuencias sociales y culturales son profundas: la proliferación del cringe puede frenar iniciativas artísticas, reforzar normas de homogeneidad y profundizar la ansiedad social, especialmente entre quienes aún están en procesos de socialización identitaria. A su vez, la etiqueta sirve como mecanismo de cohesion grupal: señalar lo cringe fortalece vínculos internos del grupo que sanciona. Desde la pedagogía y la salud mental, es importante reconocer el doble filo: consciencia crítica sobre comportamientos dañinos es valiosa, pero la humillación pública persistente tiene costos psicológicos y comunitarios.
En términos metodológicos y de investigación, el estudio del cringe requiere enfoques interdisciplinarios: etnografía digital para seguir prácticas y narrativas en plataformas; análisis del discurso para comprender los marcos valorativos; neurociencia social y psicología para mapear respuestas emocionales; y sociología para situar el fenómeno en procesos generacionales y de poder simbólico. Investigaciones ya publicadas señalan la relevancia de integrar resultados experimentales sobre vergüenza vicaria, análisis etnográfico de comunidades en línea y estudios culturales que registren la transformación semántica del término.
Para profesionales de la educación, comunicación y salud mental, las recomendaciones prácticas incluyen: fomentar entornos donde la experimentación expresiva no sea castigada con humillación pública; diseñar pedagogías digitales que enseñen detección crítica del discurso de la vergüenza; y promover intervenciones que ayuden a quienes son objeto de burlas a reconstruir su autoestima y agencia comunicativa. Las plataformas digitales también tienen responsabilidad: moderación, diseño de feedback que no incentive el linchamiento social y herramientas que permitan contextos seguros para la expresión creativa.
Desde una perspectiva prospectiva, el futuro del término dependerá de su sobreexposición, de prácticas de re-significación y de regulaciones culturales (por ejemplo, movimientos que penalicen la humillación en línea o prácticas comunitarias que revaloren la vulnerabilidad). Palabras como “banished” o listas de términos sobreusados (fenómeno observado en instituciones que monitorean el lenguaje) ya emergen como respuesta a la saturación lingüística: cuando una palabra se usa hasta volverse lugar común pierde su poder sancionador y puede entrar en un proceso de desgaste semántico o rescate irónico.
ANEXO 1
Réplicas y estrategias que han desarrollado comunidades para enfrentar el abuso del “cringe” y promover una convivencia digital sana
En respuesta al uso excesivo o agresivo del término cringe —particularmente cuando se utiliza como mecanismo de humillación, exclusión o linchamiento digital— diversos grupos, comunidades y movimientos en línea han generado réplicas organizadas para frenar estas dinámicas y construir espacios más seguros. Estas respuestas pueden clasificarse en cuatro grandes líneas:
1. Reapropiación del término para neutralizar la agresión
Algunas comunidades transforman el insulto en identidad positiva o humorística. Esto debilita su poder de daño.
Ejemplos:
-
Grupos de TikTok donde los usuarios suben contenido “cringe a propósito” celebrándolo como creatividad sin filtros.
-
Comunidades en Reddit que publican arte o videos catalogados como cringe pero los revaloran como expresión genuina (“cringe-positivity”).
-
Movimientos en Instagram donde creadores etiquetan su propio contenido con #ImCringeAndFree para normalizar ser diferente.
2. Normas comunitarias contra la humillación pública
Muchos grupos establecen reglas explícitas para evitar que el término se use como arma social dentro de sus espacios.
Ejemplos:
-
Servidores de Discord que prohíben comentarios tipo “esto es cringe” sin argumentación, obligando a explicar con respeto qué comportamiento genera incomodidad.
-
Foros juveniles donde se sanciona el mocking (burlarse) de usuarios que se expresan de forma diferente.
-
Grupos educativos que colocan el mensaje “Se prohibe etiquetar como cringe: aquí se fomenta la expresión segura”.
3. Educación digital y alfabetización emocional
Organizaciones, escuelas y psicólogos han intervenido para enseñar a niñas, niños y jóvenes a manejar el cringe de forma ética.
Ejemplos:
-
Talleres de convivencia digital donde se explica que el “cringe” es una reacción emocional subjetiva, no una verdad absoluta.
-
Tutorías escolares donde se enseña a diferenciar humor de humillación.
-
Infografías en plataformas (Pinterest, YouTube Kids, Instagram) con mensajes como:“Sentir cringe no te da permiso de lastimar a otros.”
4. Creación de espacios seguros para expresiones consideradas “cringe”
Grupos que celebran la autenticidad han construido refugios digitales para quienes son objetivo frecuente de burla.
Ejemplos:
-
Comunidades de cosplay y artistas jóvenes donde se promueve el lema: “Aquí nadie es cringe; aquí todos estamos aprendiendo.”
-
Grupos de escritura, dibujo o música amateur donde se prohíbe ridiculizar estilos considerados fuera de moda.
-
Espacios en TikTok llamados “cringe-friendly zones”, donde los usuarios pueden ser espontáneos sin miedo al juicio.
Conclusión del Anexo
Anexo 2: Consejos positivos y advertencias sobre culturas “cringe” con efectos psicológicos negativos
Aunque muchos grupos han generado prácticas sanas para neutralizar el abuso del término cringe, también existen culturas o comunidades que lo refuerzan de manera tóxica, utilizando la vergüenza pública como forma de entretenimiento, vigilancia social o castigo simbólico. Estas culturas no sólo ridiculizan comportamientos ajenos: construyen entornos hostiles que impactan negativamente en la salud mental colectiva.
A continuación se describen estas dinámicas nocivas y se plantean acciones concretas para padres, tutores y profesores.
1. Culturas “cringe” que generan efectos psicológicos negativos
Dentro de ciertas comunidades digitales se observa:
a) Normalización de la humillación pública
Espacios donde se incentiva “quemar”, exponer o ridiculizar a personas ajenas por su apariencia, gustos, aficiones, lenguaje o creatividad.
Impacto psicológico negativo:
-
Aumento del miedo a la exposición.
-
Pérdida de autoestima y autoconfianza en jóvenes.
-
Ansiedad anticipatoria (“¿seré el próximo del que se burlan?”).
b) Cultura del linchamiento digital
Comunidades donde numerosos usuarios se suman a ataques masivos contra una persona usando la etiqueta cringe como justificación moral.
Impacto psicológico negativo:
-
Desarrollo de síntomas depresivos y retraimiento social.
-
Sentimiento de aislamiento y persecución.
-
Internalización de la vergüenza (“soy ridículo”, “no valgo”).
c) Recompensa social por burlarse
Algunas plataformas promueven dinámicas donde “lo más burlado” se vuelve tendencia. Esto incentiva que los usuarios busquen a quién etiquetar como cringe para obtener atención.
Impacto psicológico negativo:
-
Normalización del bullying.
-
Aumento de conductas agresivas imitadas por niños y adolescentes.
-
Sensación de que la crueldad es un camino válido para obtener validación social.
d) Estigmatización de la diferencia
Lo que se sale de la norma —arte experimental, gustos “raros”, expresiones no hegemónicas, identidades no convencionales— es etiquetado como cringe.
Impacto psicológico negativo:
-
Anulación de la creatividad.
-
Silenciamiento de minorías culturales o identitarias.
-
Conformismo forzado que reduce la diversidad expresiva.
2. Consejos positivos y acciones para padres, tutores y profesores
Ante estas culturas nocivas, es fundamental que adultos responsables intervengan no desde la prohibición inmediata, sino desde la educación emocional, el acompañamiento y la prevención.
a) Enseñar la diferencia entre humor y humillación
Los jóvenes deben aprender que sentir cringe no es malo, pero usarlo para atacar o ridiculizar sí puede ser dañino.
Consejo práctico:
Conversar con el menor y preguntarle:
—“¿Qué te incomoda de ese video?”
—“¿Crees que es justo burlarse de alguien por eso?”
Esto fomenta reflexión ética sin imponer.
b) Modelar el respeto y la empatía
Los adultos deben mostrar cómo reaccionar ante conductas “incómodas” sin recurrir a la burla.
Consejo práctico:
Compartir ejemplos propios de situaciones incómodas y cómo se manejaron sin recurrir a la humillación.
c) Supervisar sin invadir
Se recomienda monitorear con discreción los espacios digitales donde participan los menores.
Consejo práctico:
Revisar periódicamente:
-
Listas de TikTok o YouTube.
-
Canales a los que están suscritos.
-
Servidores de Discord o grupos que frecuentan.
No para prohibir, sino para comprender el entorno.
d) Fomentar la autoexpresión segura
En casa o en el aula, crear espacios donde el joven pueda cantar, dibujar, bailar, expresarse o crear sin miedo al juicio.
Consejo práctico:
Tener “momentos sin crítica”, donde toda expresión es válida y celebrada.
e) Enseñar a reconocer señales de linchamiento digital
Los jóvenes deben saber identificar cuándo una comunidad está escalando de la crítica legítima al ataque colectivo.
Consejo práctico:
Enseñar cinco preguntas clave:
-
¿Están atacando a la persona en lugar de al comportamiento?
-
¿Varias personas se están sumando sin información?
-
¿El objetivo del grupo es humillar?
-
¿La reacción es desproporcionada?
-
¿La persona expuesta es menor, vulnerable o creativa?
Si se responde “sí”, es un linchamiento digital.
f) Validar las emociones de los jóvenes atacados
Si un adolescente o niño fue señalado como “cringe”, es vital ofrecer apoyo emocional inmediato.
Consejo práctico:
Decir frases como:
-
“Lo que haces tiene valor, no necesitas gustarle a todos.”
-
“No estás solo; vamos a trabajar en esto juntos.”
Evitar minimizar:
-
“No exageres.”
-
“No es para tanto.”
Esto agrava la vergüenza.
g) Fortalecer la identidad y la creatividad
Aquellas personas seguras de sí mismas son menos vulnerables a estas culturas.
Consejo práctico:
Apoyar actividades artísticas, académicas, deportivas o expresivas que den sentido de logro personal.
h) Enseñar rutas de seguridad digital
Los menores deben conocer las herramientas para protegerse.
Consejos concretos:
-
Saber bloquear usuarios.
-
Saber denunciar contenido ofensivo.
-
Evitar responder ataques.
-
Guardar evidencia si es necesario reportar.
i) Trabajar en conjunto escuela–familia
La comunicación entre docentes, orientadores y padres es esencial.
Consejo práctico:
Reuniones breves donde se comparta:
-
qué plataformas usan los estudiantes,
-
qué modas pueden ser dañinas,
-
qué estrategias de protección se están implementando en el aula.
Las culturas cringe negativas pueden convertirse en dispositivos de humillación institucionalizada, afectando el bienestar psicológico y social de miles de jóvenes.
Sin embargo, la intervención consciente de familias, tutores y profesores puede transformar la experiencia digital en un espacio más ético, creativo y humano.
El objetivo no es eliminar la palabra, sino enseñar cómo convivir con ella sin perpetuar violencia emocional.
Cringe: generational origin, meaning, and its
sociocultural impact in the digital era
The term cringe—widely used today on social media to label behaviors, expressions, or content that provoke second-hand embarrassment—has become a central emotional and moral category within contemporary youth language. Cringe is not just a word: it is a social marker that delineates what is acceptable, what is ridiculous, and what must be excluded from certain digital spaces. Its use functions as a tool of social classification, moral signaling, and cultural control among peers.
Cringe
– It is an emotional reaction: feeling secondhand embarrassment over something someone does or says.
– It is subjective and does not always carry an intention to harm.
– It can be used in a neutral way (“that gave me cringe”) or as criticism, but it is not necessarily an act of aggression.
Bullying
– It is systematic violence: mockery, attacks, humiliation, or repeated harassment directed at a person.
– It always involves the intention to harm or dominate.
– It directly affects the victim’s self-esteem and sense of safety.
The confusion arises because…
When someone uses “cringe” to ridicule, expose, or attack a person publicly, that action can become bullying, even though the word itself is not inherently aggressive.
In summary:
Cringe = emotion.
Bullying = aggression.
Historically, the lexical root of cringe comes from Old English and describes a physical reaction to something unpleasant; however, its transition into a cultural term with normative weight occurred with the expansion of online communities during the first decades of the 21st century. Communities such as forums, subreddits, and meme sites transformed a sensation of “vicarious embarrassment” into a critical and performative label—that is, tagging something as cringe shifted from describing an internal experience to constituting a social action with real effects on individuals and collectives. This transition—from a sensation to a social weapon—is key to understanding the moral modernity of the label.
From a psychological perspective, the cringe experience is closely related to “vicarious embarrassment”: an emotional response to the humiliation of others, activated by empathic mechanisms and regulated by social bonds and cultural norms. Recent studies show that rumination and physiological responses in the observer can be intense, and reactions vary depending on social closeness and group norms. This explains why content labeled as cringe produces reactions that go beyond humor: it triggers feelings of rejection, disgust, and even moral anger.
In theoretical-sociological terms, contemporary researchers propose characterizing cringe not only as shame or disgust, but as a hostile social emotion functioning similarly to moral disgust: its effect is to segregate, purge, and discipline behaviors perceived as deviating from emerging aesthetic or ethical norms. Thus, cringe operates as a cultural technology of exclusion: it marks boundaries (what is “not cool”) and publicly sanctions individuals, fandoms, or creative practices. This interpretation holds that cringe is a vector of symbolic power in digital ecosystems.
The use and spread of the term are strongly linked to Generation Z: cohorts born roughly between the mid-1990s and 2010 who have been socialized in visual, fast-consumption platforms (YouTube, TikTok, Reddit, Instagram). For Gen Z, labeling something as cringe is part of the aesthetic and ethical governance of their digital spaces; it works as an identity and belonging filter. This practice does not emerge in a vacuum: hypervisibility and the like/scroll culture intensify the surveillance of authenticity and social “tone,” and cringe is used to signal when someone fails those authenticity tests.
If we search for generational equivalents, the phenomenon is not exclusive to Gen Z, although the label changes. Baby Boomers and Generations X/Y had their own categories of social condemnation (for example, calling someone “ridiculous,” “silly,” “outdated,” or using cultural morality to mark distance). The difference lies in the form and communicative environment: in the past, sanctioning was slower and localized (family, neighborhood, traditional media); now it is instantaneous and global. What a Baby Boomer considered “embarrassing” in a local context becomes “cringe” for Gen Z and spreads massively within minutes.
Regarding later generations—Alpha (born from the mid-2010s onward) and the hypothetical Beta—the impact of the cringe discourse is twofold. On one hand, it may generate a culture of self-censorship and performative perfectionism in children who grow up under constant exposure: they will quickly learn to adapt their expression to avoid stigmatization. On the other hand, early childhood is also fertile ground for re-signification: these cohorts may develop creative strategies to subvert the label (irony, meta-humor, revaluation of the “awkward”). In short, Gen Alpha’s reaction will not be passive: they will reproduce, nuance, and eventually mutate the use of the term. (This point is observational and requires longitudinal empirical follow-up.)
The social and cultural consequences are profound: the proliferation of cringe can stifle artistic initiatives, reinforce norms of homogeneity, and deepen social anxiety, especially among those still undergoing identity socialization. At the same time, the label works as a mechanism of group cohesion: calling something cringe strengthens internal bonds within the group that sanctions. From the perspective of pedagogy and mental health, it is essential to recognize its double edge: critical awareness of harmful behaviors is valuable, but persistent public humiliation has psychological and community-level costs.
In terms of methodology and research, studying cringe requires interdisciplinary approaches: digital ethnography to follow practices and narratives on platforms; discourse analysis to understand evaluative frameworks; social neuroscience and psychology to map emotional responses; and sociology to situate the phenomenon within generational processes and symbolic power. Published research already highlights the importance of integrating experimental findings on vicarious embarrassment, ethnographic analyses of online communities, and cultural studies documenting the semantic transformation of the term.
For professionals in education, communication, and mental health, practical recommendations include: fostering environments where expressive experimentation is not punished with public humiliation; designing digital pedagogies that teach critical detection of shame-based discourse; and promoting interventions that help those who are mocked rebuild their self-esteem and communicative agency. Digital platforms also hold responsibility: moderation, feedback designs that do not incentivize social harassment, and tools that enable safe contexts for creative expression.
From a prospective standpoint, the future of the term will depend on overexposure, re-signification practices, and cultural regulations (for example, movements that penalize online humiliation or community practices that revalue vulnerability). Words like “banished” or lists of overused terms (a phenomenon observed in institutions that monitor language) already emerge as responses to linguistic saturation: when a word is used so often it becomes commonplace, it loses its sanctioning power and may undergo semantic erosion or ironic rescue.
**ANNEX 1
Responses and strategies developed by communities to counter the abusive use of “cringe” and promote healthy digital coexistence**
In response to excessive or aggressive use of cringe—particularly when deployed as a tool of humiliation, exclusion, or digital mobbing—various groups, communities, and online movements have organized collective responses to slow these dynamics and create safer spaces. These responses can be classified into four main categories:
1. Reappropriation of the term to neutralize aggression
Some communities transform the insult into a positive or humorous identity, weakening its harmful power.
Examples:
-
TikTok groups where users intentionally upload “cringe on purpose” content, celebrating it as unfiltered creativity.
-
Reddit communities sharing art or videos labeled as cringe but reframing them as genuine expression (“cringe-positivity”).
-
Instagram movements where creators tag their own content with #ImCringeAndFree to normalize being different.
2. Community rules against public humiliation
Many groups establish explicit rules to prevent the term from being used as a social weapon.
Examples:
-
Discord servers forbidding comments like “this is cringe” without explanation, requiring respectful clarification.
-
Youth forums sanctioning mocking of users who express themselves differently.
-
Educational groups posting the message “Labeling as cringe is prohibited: this is a safe expression zone.”
3. Digital education and emotional literacy
Organizations, schools, and psychologists teach children and teens how to manage cringe ethically.
Examples:
-
Digital coexistence workshops explaining that cringe is a subjective emotional reaction, not an absolute truth.
-
School tutoring sessions distinguishing humor from humiliation.
-
Infographics on platforms (Pinterest, YouTube Kids, Instagram) with messages such as:“Feeling cringe does not give you permission to hurt others.”
4. Creation of safe spaces for expressions considered “cringe”
Groups that celebrate authenticity build digital shelters for those frequently mocked.
Examples:
-
Cosplay and youth-artist communities promoting the motto: “No one is cringe here; we are all learning.”
-
Writing, drawing, or music groups where outdated or unconventional styles cannot be ridiculed.
-
TikTok “cringe-friendly zones,” where users can be spontaneous without fear of judgment.
Community responses to the abusive use of cringe reveal a central phenomenon: younger generations do not merely consume social categories—they negotiate and resist them. Through reappropriation, internal regulation, emotional education, and the creation of safe spaces, groups challenge humiliation logics and rebuild more empathetic forms of digital coexistence.
**ANNEX 2
Positive guidance and warnings about “cringe cultures” with negative psychological effects**
Although many groups have generated healthy practices to neutralize cringe-related abuse, there are also cultures or communities that reinforce it toxically, using public shame as entertainment, social surveillance, or symbolic punishment. These cultures do not simply ridicule behaviors: they create hostile environments with negative effects on collective mental health.
Below are the harmful dynamics and concrete actions for parents, guardians, and teachers.
1. “Cringe cultures” that generate negative psychological effects
a) Normalization of public humiliation
Spaces where “calling out,” exposing, or ridiculing others for their appearance, interests, language, or creativity is encouraged.
Negative psychological impact:
-
Increased fear of exposure
-
Loss of self-esteem
-
Anticipatory anxiety (“Am I next?”)
b) Digital mobbing culture
Communities where many users join mass attacks against someone using cringe as moral justification.
Negative psychological impact:
-
Depressive symptoms and social withdrawal
-
Feelings of isolation and persecution
-
Internalization of shame (“I’m ridiculous,” “I’m worthless”)
c) Social reward for mocking
Some platforms reward content where the most ridiculed posts trend, incentivizing users to label others as cringe to gain attention.
Negative psychological impact:
-
Normalization of bullying
-
Increased aggressive behavior among children and teens
-
Belief that cruelty is a valid path to social validation
d) Stigmatization of difference
Anything outside the norm—experimental art, “weird” interests, non-mainstream expression, unconventional identities—is tagged as cringe.
Negative psychological impact:
-
Suppression of creativity
-
Silencing of minority identities or cultures
-
Forced conformity and reduced expressive diversity
2. Positive guidance and actions for parents, guardians, and teachers
Adults should intervene not through immediate prohibition, but through emotional education, accompaniment, and prevention.
a) Teach the difference between humor and humiliation
Feeling cringe is normal; using it to harm is not.
Practical tip:
Ask the child:
“What bothers you about that video?”
“Do you think it’s fair to mock someone for that?”
b) Model respect and empathy
Adults should demonstrate how to handle “awkward” behaviors without ridicule.
c) Supervise without invading
Monitor digital spaces discreetly to understand—not control—the environment.
d) Encourage safe self-expression
Create home or classroom spaces where youth can create without judgment.
e) Teach recognition of digital mobbing
Five key questions:
Are they attacking the person rather than the behavior?
Are many joining without knowing the context?
Is the goal humiliation?
Is the reaction disproportionate?
Is the person vulnerable?
f) Validate emotions of targeted youth
Say:
“What you do has value; you don’t need everyone’s approval.”
Avoid minimizing phrases like “Don’t exaggerate.”
g) Strengthen identity and creativity
Support activities that build confidence.
h) Teach digital safety routes
How to block, report, avoid responding, and save evidence.
i) Strengthen school–family collaboration
Share information about platforms, harmful trends, and protective strategies.
Referencias
Mayer, A. V., Paulus, F. M., & Krach, S. (2021). A psychological perspective on vicarious embarrassment and shame in the context of cringe humor. Humanities, 10(4), 110. https://doi.org/10.3390/h10040110. MDPI
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Tirocchi, S., et al. (2024). Generation Z, values, and media: from influencers to BeReal. (Estudio universitario publicado, análisis de consumo y valores generacionales). PMC. PMC
Spiegel, T. J. (2023). Cringe. Social Epistemology, 39(3). (Caracterización teórica del cringe como emoción social hostil). Tandfonline
“Cringe culture.” (s. f.). En Wikipedia. Recuperado de la entrada sobre "Cringe culture" — historial y transformación semántica del término. Wikipedia
KnowYourMeme. (2013). Cringe (meme). Recopilación histórica de usos, viralidad y memética del término en comunidades en línea. Know Your Meme
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Lake Superior State University. (2025). Banished Words List 2025. (Observación institucional sobre sobreuso y desgaste semántico de términos como “cringe”). (Cobertura periodística). New York Post


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