Día del Maestro: Una reflexión sobre el pasado, el presente y el futuro de la educación

 


El Día del Maestro en México fue oficialmente establecido el 27 de septiembre de 1917 por decreto presidencial durante el gobierno de Venustiano Carranza, y comenzó a celebrarse por primera vez el 15 de mayo de 1918. Esta fecha fue elegida en honor a la toma de Querétaro por las fuerzas republicanas en 1867, y también por ser el día de San Juan Bautista de La Salle, considerado patrono universal de los educadores. A nivel internacional, la UNESCO proclamó el 5 de octubre como el Día Mundial del Docente en 1994, en conmemoración de la firma de la Recomendación conjunta de la OIT y la UNESCO de 1966, relativa a la situación del personal docente.

La historia de la educación no comienza en aulas formales, sino en las raíces más antiguas de la humanidad. Mucho antes de que existieran escuelas, los primeros primates comenzaron a compartir conocimientos básicos con sus descendientes: cómo buscar alimento, cómo usar herramientas, cómo protegerse de los peligros. Ese acto de transmitir conocimientos de generación en generación es el primer reflejo de lo que más adelante sería el oficio del maestro. Con el tiempo, las sociedades humanas formalizaron estos aprendizajes y los transformaron en estructuras organizadas. Así nacieron los sabios, los chamanes, los escribas, los filósofos, los pensadores, y todos aquellos que han sostenido la antorcha del conocimiento a lo largo de los siglos.

En las civilizaciones griega y romana, enseñar era un privilegio de los hombres libres y un acto filosófico. El maestro era un guía, alguien que no solo transmitía datos sino que cuestionaba, provocaba el pensamiento y ayudaba a formar el carácter. En el Medioevo, el papel del docente se trasladó a los monasterios, donde los religiosos copiaban manuscritos y enseñaban dogmas. En tiempos de imperios como el azteca, el chino o el egipcio, los maestros eran también custodios del orden, y la educación se relacionaba con la jerarquía social y la obediencia.

Con la llegada de la Revolución Industrial, la educación se convirtió en una necesidad del Estado para formar ciudadanos funcionales y trabajadores productivos. Se creó la escuela moderna: estructurada, obligatoria, pública. Desde entonces, el maestro pasó de ser una figura de respeto local a un engranaje de un sistema más grande, más complejo y muchas veces más impersonal. A lo largo del siglo XX y hasta nuestros días, el rol del docente ha seguido transformándose, al ritmo de los cambios tecnológicos, sociales y culturales. Hoy se habla de educación virtual, semipresencial, basada en proyectos, con realidad aumentada, inteligencia artificial y herramientas digitales que cruzan fronteras.

Sin embargo, en medio de toda esta evolución, la figura del maestro ha quedado atrapada entre la exigencia y el olvido. En la actualidad, el docente no solo debe planear, enseñar y evaluar. También debe ser psicólogo, trabajador social, creativo, animador, diseñador instruccional, mediador de conflictos, experto digital, gestor administrativo y ejemplo de vida. Se le pide estar certificado, actualizado, motivado, disponible, comprometido… pero muchas veces sin recibir condiciones laborales justas, sin acompañamiento emocional, sin reconocimiento social, y sin el respaldo adecuado.

Hoy, muchos docentes enfrentan salones de clases donde los alumnos llegan sin límites claros, con poca orientación en casa, influenciados por una tecnología que los entretiene pero no los educa. Crecen solos, conectados a pantallas y desconectados del entorno humano. Algunos están marcados por la indiferencia, la sobrecarga sensorial, la violencia familiar o escolar. Otros simplemente no tienen quién les enseñe a gestionar sus emociones o a relacionarse de forma sana. Muchos maestros son testigos del dolor emocional que traen sus estudiantes, y también de sus vacíos afectivos, de su falta de empatía, de su dificultad para escuchar o comprender.

Esto representa una carga emocional y laboral para el docente, que muchas veces no cuenta con redes de apoyo. A ello se suma la presión institucional: montañas de planeaciones, trámites burocráticos, evaluaciones, cambios curriculares, y la exigencia constante de lograr resultados con recursos escasos. A menudo, el maestro debe usar su propio dinero para materiales, su propio tiempo para capacitarse, y su propia energía para motivar a un alumnado apático o desconectado.

Además, enfrentan otro fenómeno preocupante: la pérdida de autoridad moral. No por falta de preparación, sino porque hoy en día cualquier figura pública con popularidad digital puede influir más que un educador con años de experiencia. En ocasiones, los estudiantes cuestionan con desdén, no porque tengan pensamiento crítico, sino porque han crecido sin referentes sólidos de respeto, sin saber dialogar ni construir juntos. Incluso hay contextos donde los profesores son víctimas de acoso, amenazas o desprecio, en lugar de ser valorados por su esfuerzo cotidiano.

Pese a este panorama complejo, y a menudo desgastante, hay una verdad luminosa que no puede ignorarse: todavía existen miles y miles de maestros que se levantan cada día con la firme convicción de transformar vidas. Docentes que, a pesar del cansancio, la falta de recursos y el escaso reconocimiento, preparan sus clases con pasión, dan más de lo que se les pide, se forman continuamente por amor al conocimiento, y se entregan con esperanza a cada nuevo grupo que llega al aula.

Son esos maestros y maestras quienes sostienen la estructura emocional y cognitiva de nuestras sociedades. Son ellos quienes, silenciosamente, han sido el abrazo, el consejo, la palabra justa, la voz firme y también el impulso que muchos niños y jóvenes necesitaban. A menudo, han sido el primer adulto que confía en ellos, que los escucha, que los reta a crecer. Aunque el sistema muchas veces no los valore como merece, ellos siguen ahí: sembrando, guiando, formando.

Hoy, este mensaje no pretende ser solo un homenaje. Es un llamado a reflexionar sobre la dignidad del oficio docente, sobre lo esencial que es cuidar a quienes cuidan de las futuras generaciones. Porque no puede haber educación de calidad sin maestros respetados, acompañados y bien tratados. Porque enseñar no debería ser un acto heroico de resistencia diaria, sino una labor acompañada, justa y profundamente humana.

Este 15 de mayo, más que celebrar, pensemos. Y que de ese pensamiento nazca el cambio que tanto necesita la educación: el que comienza por revalorar a quienes, contra todo pronóstico, siguen enseñando con el corazón.


Teacher’s Day: A Reflection on the Past, Present, and Future of Education

Teacher’s Day in Mexico was officially established on September 27, 1917, by presidential decree during the government of Venustiano Carranza. It was first celebrated on May 15, 1918. This date was chosen to commemorate the capture of Querétaro by republican forces in 1867 and also honors Saint John Baptist de La Salle, considered the universal patron saint of educators. On an international level, UNESCO proclaimed October 5th as World Teachers' Day in 1994, commemorating the 1966 ILO/UNESCO Recommendation concerning the Status of Teachers.

The history of education did not begin in formal classrooms but in the very roots of humanity. Long before schools existed, early primates began passing on basic knowledge to their offspring: how to find food, use tools, and protect themselves from danger. That act of transmitting knowledge across generations was the earliest form of teaching. Over time, human societies formalized these learnings and shaped them into structured systems. Thus emerged sages, shamans, scribes, philosophers, and thinkers—all those who have carried the torch of knowledge through the ages.

In Greek and Roman civilizations, teaching was a privilege of free men and a philosophical endeavor. The teacher was a guide, someone who not only passed on knowledge but provoked thought and shaped character. In the Middle Ages, the role of the teacher shifted to monasteries, where religious scholars copied manuscripts and taught religious doctrine. In empires such as the Aztec, Chinese, and Egyptian, teachers were also custodians of social order, and education was linked to hierarchy and obedience.

With the Industrial Revolution came the need for mass education to produce functional citizens and a skilled workforce. This gave rise to the modern school system: structured, compulsory, public. Since then, the teacher has shifted from a locally respected figure to a cog in a much larger, often impersonal machine. Throughout the 20th century and into today, the role of the teacher has continued to evolve alongside social, cultural, and technological changes. Education today is virtual, hybrid, project-based, augmented by AI and digital tools that transcend borders.

Yet amid all this evolution, the figure of the teacher has become caught between high expectations and systemic neglect. Today, a teacher must not only plan, teach, and assess. They are expected to be psychologists, social workers, content creators, mediators, digital experts, administrative workers, and role models. They are required to be certified, updated, passionate, available, and committed—often without fair working conditions, emotional support, proper resources, or social recognition.

Today, many teachers face classrooms full of students who arrive without clear boundaries, lacking guidance at home, and influenced by technology that entertains but does not educate. Many children and teens grow up alone, plugged into screens and disconnected from real human interaction. Some carry emotional wounds, indifference, or behavioral issues, with no one to teach them how to manage emotions or relate in healthy ways. Teachers witness these wounds and the emotional gaps of their students—often dealing with youth who lack empathy, struggle to listen, or don’t know how to engage respectfully.

This places an enormous emotional and professional burden on teachers, who often receive little to no institutional support. Add to this the bureaucratic load—countless lesson plans, paperwork, curriculum changes, constant evaluations, and demands for results with minimal resources. Many educators use their own money for supplies, their personal time for training, and their own energy to inspire disengaged or distracted students.

A growing concern is also the loss of moral authority. Not because teachers lack preparation, but because today, digital influencers and viral content creators often have more sway over youth than experienced educators. In some cases, students dismiss authority—not out of critical thinking, but because they’ve grown up without strong role models or limits. Some teachers even face harassment, threats, or disrespect, rather than being appreciated for their daily efforts.

And yet, in spite of all these challenges, thousands upon thousands of teachers still rise each morning with the firm belief that they can change lives. Educators who, despite exhaustion, lack of resources, and minimal recognition, prepare their lessons with care, give more than what’s required, continue learning out of love for knowledge, and offer their hearts to every new group of students.

These are the educators who uphold the emotional and intellectual foundation of our societies. They are the ones who have been a comforting word, a strong example, a steady guide, and the push forward many children and young people have needed. Often, they are the first adult who believes in them, listens, challenges, and inspires growth. Even when the system fails to value them properly, they remain—planting seeds, guiding minds, and shaping futures.

Today, this message is not merely a tribute. It is a call to reflect on the dignity of the teaching profession and the essential need to care for those who care for future generations. Because there can be no quality education without respected, supported, and well-treated teachers. Teaching should not be an act of daily heroism just to survive—it should be a just, humane, and supported profession.

This May 15th, more than celebrating, let us think. And from that thought, let the change begin—a change that starts with truly valuing those who, against all odds, continue to teach with heart.


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