El efecto halo: una ilusión cognitiva que transforma nuestra percepción
El efecto halo: una ilusión cognitiva que transforma nuestra percepción
El efecto halo es un fenómeno psicológico fascinante que ocurre cuando la percepción positiva de una característica de una persona, producto, institución o situación influye de manera desproporcionada en la percepción de sus demás atributos. Este sesgo cognitivo es ampliamente estudiado en psicología social, mercadotecnia, educación y recursos humanos, debido a su profunda influencia en la toma de decisiones humanas, muchas veces inconscientes. Su descubrimiento se remonta a principios del siglo XX, cuando el psicólogo estadounidense Edward L. Thorndike documentó por primera vez su existencia en un contexto militar. Desde entonces, diversas universidades e investigadores han aportado una rica base empírica para comprender su funcionamiento y consecuencias.
Edward L. Thorndike, reconocido por sus aportes a la psicología del aprendizaje, describió el efecto halo en un estudio publicado en 1920 titulado A Constant Error in Psychological Ratings. En este experimento, Thorndike solicitó a oficiales superiores del ejército estadounidense que evaluaran a sus subordinados en distintas cualidades —liderazgo, inteligencia, confiabilidad, atractivo físico, entre otras—. Los resultados mostraron una alta correlación entre todas las variables, indicando que una impresión general positiva (o negativa) del evaluador influía en sus calificaciones en todos los aspectos evaluados, incluso en aquellos no observables directamente (Thorndike, 1920). Este sesgo fue bautizado por él como un “error constante”, y más tarde recibiría el nombre popular de “efecto halo”, en alusión al resplandor que rodea a las figuras sagradas en el arte religioso, simbolizando una irradiación de perfección.
Desde entonces, múltiples estudios han replicado y ampliado los hallazgos de Thorndike, demostrando que este sesgo aparece de manera sistemática en contextos variados. Por ejemplo, Nisbett y Wilson (1977), en un influyente experimento de laboratorio, mostraron a estudiantes universitarios grabaciones de un profesor francés que enseñaba el mismo contenido con dos estilos distintos: en un video era cálido y simpático; en el otro, frío y distante. Los estudiantes que vieron la versión cálida calificaron al profesor como físicamente más atractivo, con mejor acento y vestimenta, a pesar de que se trataba del mismo individuo. Este estudio demostró que nuestras impresiones afectivas pueden alterar incluso percepciones sensoriales básicas, revelando la profundidad del efecto halo en la cognición social (Nisbett & Wilson, 1977).
El efecto halo también se ha documentado en contextos educativos. Los profesores, al calificar a sus alumnos, tienden a evaluar de manera más favorable a aquellos estudiantes que consideran agradables, atractivos o diligentes, lo cual influye en su percepción de competencias cognitivas reales. En una investigación conducida por el psicólogo Richard E. Snow, de la Universidad de Stanford, se encontró que el atractivo físico de los estudiantes influía significativamente en la evaluación que hacían los profesores de su rendimiento académico (Snow, 1980). Este sesgo tiene implicaciones serias para la equidad educativa, ya que puede reforzar desigualdades y prejuicios implícitos.
En el ámbito corporativo y del consumo, el efecto halo explica por qué una marca con una buena reputación en un producto puede influir positivamente en la percepción de otros productos que ofrece, aun cuando estos últimos sean de calidad inferior. Investigaciones de la Universidad de Harvard, como las de Gerald Zaltman y sus colegas, han demostrado cómo las emociones y las primeras impresiones determinan hasta un 95% de nuestras decisiones de compra, y el efecto halo actúa como una lente inconsciente a través de la cual juzgamos el conjunto de una marca basándonos en una experiencia parcial (Zaltman, 2003).
En neurociencia, estudios con resonancia magnética funcional (fMRI) han encontrado que el efecto halo activa regiones del cerebro asociadas con la recompensa y el juicio social, como el estriado ventral y la corteza prefrontal medial. Un estudio realizado por el University College London mostró que cuando los participantes observaban rostros atractivos, no solo evaluaban a esas personas como más competentes y confiables, sino que se activaban áreas cerebrales relacionadas con el placer, lo que sugiere una conexión profunda entre la estética y los juicios éticos o intelectuales (Tsukiura & Cabeza, 2011).
Cabe destacar que el efecto halo no solo opera en sentido positivo. Existe también el llamado “efecto diablo” (horn effect), donde una característica negativa tiñe la percepción de todos los demás aspectos de una persona o entidad. Esta dualidad hace del efecto halo una herramienta poderosa, pero también peligrosa, cuando no se reconoce y controla, especialmente en contextos donde se toman decisiones relevantes: juicios legales, admisiones universitarias, diagnósticos clínicos o contrataciones laborales.
Frente a este fenómeno, los expertos proponen estrategias para minimizar su impacto, tales como la estandarización de criterios de evaluación, la implementación de juicios ciegos (como los experimentos de audiciones a ciegas en orquestas sinfónicas) o la capacitación en sesgos cognitivos para quienes toman decisiones críticas. El reconocimiento del efecto halo no debe ser motivo de alarma, sino una oportunidad para cultivar una percepción más crítica, justa y consciente, tanto en lo personal como en lo profesional.
En suma, el efecto halo nos recuerda que, aunque creemos ser seres racionales, gran parte de nuestras decisiones están mediadas por atajos mentales inconscientes. Comprender este fenómeno, como lo hizo Thorndike hace más de un siglo, es un paso hacia una sociedad más reflexiva y equitativa, donde la apariencia o el primer impacto no definan injustamente el valor de una persona o idea.
Nisbett, R. E., & Wilson, T. D. (1977). The halo effect: Evidence for unconscious alteration of judgments. Journal of Personality and Social Psychology, 35(4), 250–256. https://doi.org/10.1037/0022-3514.35.4.250
Snow, R. E. (1980). Aptitude-treatment interaction as a framework for research on individual differences in learning. Journal of Educational Psychology, 72(3), 257–264. https://doi.org/10.1037/0022-0663.72.3.257
Thorndike, E. L. (1920). A constant error in psychological ratings. Journal of Applied Psychology, 4(1), 25–29. https://doi.org/10.1037/h0071663
Tsukiura, T., & Cabeza, R. (2011). Remembering beauty: Roles of orbitofrontal and hippocampal regions in successful memory encoding of attractive faces. NeuroImage, 54(1), 653–660. https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2010.07.046
Zaltman, G. (2003). How Customers Think: Essential Insights into the Mind of the Market. Harvard Business School Press.
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