Capitalismo: definición, historia y pensadores clave para comprender el sistema económico actual
Capitalismo: definición, historia y pensadores clave para comprender el sistema económico actual
Desde una perspectiva sociológica, del derecho y de la economía, el capitalismo se consolidó como sistema económico y social que se caracteriza por la propiedad privada de los medios de producción, la búsqueda del lucro, la libre competencia en los mercados y la organización del trabajo asalariado
El término capitalismo encuentra su origen en Europa durante el tránsito del feudalismo a finales de la Edad Media y el Renacimiento. En ese periodo emergen los denominados “mercaderes sedentarios” en ciudades como Florencia y Venecia, responsables del desarrollo de innovaciones financieras clave — como la banca, el seguro marítimo, la letra de cambio y la contabilidad de doble entrada — que pusieron las bases del capitalismo mercantil moderno, tomando forma teórica en el siglo XVIII gracias a Adam Smith. Su obra The Wealth of Nations (1776) introdujo la “mano invisible” como mecanismo regulador del mercado, con énfasis en la especialización, el ahorro y la eficiencia económica .
En el siglo XVIII, Michael Sonenscher amplió este análisis como historiador intelectual en Capitalism: The Story Behind the Word, describiendo cómo “capitalismo” se convierte en un concepto moderno entre los siglos XVIII y XIX, ligado a la expansión del comercio, la propiedad privada y el trabajo asalariado. Jonathan Levy, por su parte, hace una distinción clave entre el capital no sólo como elemento material sino como proceso pecuniario orientado hacia una valoración futura, concepto que moderniza nuestra comprensión de lo que significa producir riqueza,
Máximos exponentes incluyen a:
Adam Smith (1723–1790)La base teórica del capitalismo —más allá del lucro— implica que la acumulación de capital financia la expansión productiva, bajo la lógica de intercambio libre y propiedad privada. Su propósito histórico fue desplazar al mercantilismo y al orden feudal, maximizar riqueza, eficiencia y crecimiento económico .
Las naciones pioneras fueron Inglaterra y Holanda en los siglos XVI‑XVII, gracias a las inversiones en manufactura y comercio; luego se sumaron Francia, Alemania y Estados Unidos tras la Revolución Industrial (finales del XVIII) .
El capitalismo ha atravesado varias etapas o fases:
Proto-capitalismo (siglos XIII–XVI): mercaderes e incipiente banca medieval
Durante la Baja Edad Media, Europa comenzó a transitar de una economía feudal agraria hacia formas más dinámicas de intercambio económico. En ciudades como Florencia, Venecia, Brujas o Génova, surgieron clases mercantiles que acumularon riqueza mediante el comercio de larga distancia, especialmente con Asia y el norte de África. Este periodo vio el surgimiento de los gremios, el comercio urbano y las primeras formas de acumulación originaria de capital.
La incipiente banca medieval se desarrolló en centros como Florencia con casas bancarias como los Medici, que financiaban guerras, monarquías e incluso al papado. Se instauraron mecanismos financieros que sentaron las bases del crédito moderno: letras de cambio, doble contabilidad, contratos a futuro y préstamos con interés (prohibidos por la Iglesia pero progresivamente legitimados).
Este periodo no era aún capitalista en sentido estricto, ya que la producción seguía dominada por relaciones premodernas (feudalismo, servidumbre), pero sí marcó el inicio de una economía monetizada, orientada al beneficio y a la inversión. Fernand Braudel describe este proceso como una "economía de mercado a la sombra de la economía de subsistencia", donde el capital comienza a articularse como un sistema de poder.
El mercantilismo impulsó el surgimiento de compañías por charter real, como la East India Company (Inglaterra, 1600) o la VOC (Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, 1602). Estas compañías poseían derechos exclusivos sobre el comercio en regiones específicas y operaban como proto-estados, con capacidad para declarar guerras, acuñar moneda o fundar colonias. Fueron pilares del colonialismo, facilitando el saqueo de recursos y la exportación de esclavos africanos.
Durante este periodo, el capital se organizó alrededor de redes comerciales transnacionales y el uso de flotas armadas, mientras la producción seguía siendo artesanal. Karl Polanyi argumenta que aquí aún no hay mercado autorregulado, sino un sistema donde la economía está subordinada a fines políticos.
El sistema fabril impuso una nueva forma de organización del trabajo: la división del trabajo, teorizada por Adam Smith en La riqueza de las naciones, aumentó la productividad pero también fragmentó la experiencia laboral del obrero. La jornada laboral se volvió más extensa y regimentada, y las condiciones en fábricas urbanas eran frecuentemente inhumanas. La acumulación de capital se aceleró mediante la explotación del trabajo asalariado.
Este modelo se extendió desde el Reino Unido hacia Francia, Alemania y EE.UU., provocando migraciones masivas del campo a las ciudades, transformando las estructuras sociales, creando una nueva clase obrera industrial y dando origen a los primeros movimientos sindicales y al marxismo como crítica teórica del sistema. Karl Marx observó que el capitalismo industrial contenía contradicciones internas que, al agudizarse, provocarían su transformación revolucionaria.
Esto dio lugar al capitalismo de Estado y socialdemócrata, una forma híbrida en la que el mercado coexiste con políticas de bienestar, como sanidad pública, educación universal, pensiones y derechos laborales.
Gøsta Esping‑Andersen, en The Three Worlds of Welfare Capitalism (1990), clasificó los regímenes de bienestar capitalista en tres modelos: liberal (EE.UU., Reino Unido), conservador o corporativo (Alemania, Francia, Bélgica) y socialdemócrata (Suecia, Dinamarca, Noruega). Estos reflejan diferentes lógicas de mercado, estado y familia, y distintos grados de protección social, desmercantilización y estratificación socioeconómica.
También hay modelos híbridos, como el de los Países Bajos, con rasgos mixtos. Este tipo de capitalismo alcanzó su cenit entre 1945 y 1973, en el llamado período de los "Treinta Gloriosos", caracterizado por crecimiento, baja desigualdad y ampliación de derechos sociales.
En Japón, el desarrollo capitalista contiene también elementos estatales: el protoindustrialismo rural y la relación entre agricultura y manufactura en el período Tokugawa prepararon el terreno para su industrialización moderna . En Rusia, Lenin documentó que el capitalismo se impuso a través de la transformación de estructuras agrarias comunes hacia formas capitalistas de producción ya en el siglo XIX.
El historiador Donald Sassoon, en su análisis sobre el capitalismo entre 1860 y 1914, muestra cómo su expansión global generó una mayor integración internacional del comercio, la tecnología y la política, y cómo esto estuvo acompañado de tensiones internas y violencia imperialista, sin frenar su capacidad de generar prosperidad.
Instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC) promovieron estas políticas a escala planetaria, especialmente en América Latina, Europa del Este y África. La caída del bloque soviético en 1991 consolidó el dominio del capitalismo global.
En esta etapa, el capital financiero ganó un papel protagónico. La inversión especulativa, los fondos de cobertura, las criptomonedas y los derivados financieros aumentaron exponencialmente. Las corporaciones multinacionales adquirieron más poder que muchos Estados, mientras se incrementaron las desigualdades sociales y ambientales.
David Harvey, en Breve historia del neoliberalismo (2005), denuncia que esta etapa representa una “acumulación por desposesión”, en la que las élites globales concentran el capital a través de la precarización del trabajo, la urbanización privatizada y la mercantilización de bienes públicos.
Capitalismo contemporáneo: fragmentación, tensiones y reconfiguración global
En el siglo XXI, el capitalismo ha dejado de ser un modelo homogéneo. Su evolución ha dado lugar a un conjunto de subtendencias y configuraciones heterogéneas, determinadas tanto por las transformaciones tecnológicas como por las crisis financieras, las tensiones geopolíticas, la presión ecológica y los movimientos sociales globales. Lejos de una narrativa lineal, el capitalismo actual se caracteriza por su fragmentación funcional y por la disputa entre paradigmas en competencia.
Entre las principales subtendencias actuales destacan:
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Capitalismo financiero: En esta forma, el capital productivo cede protagonismo al capital financiero, orientado a la especulación, la deuda y la rentabilidad a corto plazo. Esta tendencia, consolidada desde los años 80, ha sido ampliamente analizada por autores como Giovanni Arrighi (El largo siglo XX, 1994) y Saskia Sassen, quien advierte cómo la financiarización debilita los vínculos entre inversión y desarrollo real. Su manifestación más clara fue la crisis financiera global de 2008, originada en el sector hipotecario estadounidense y propagada por productos financieros derivados desregulados.
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Capitalismo digital: A partir del desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación, ha surgido una nueva forma de acumulación centrada en los datos. Empresas como Google, Amazon, Apple, Meta y Microsoft son actores dominantes de este modelo, cuyo insumo principal no es el trabajo físico ni el capital industrial, sino el control y procesamiento de información personal. Autores como Shoshana Zuboff (en La era del capitalismo de la vigilancia, 2019) argumentan que este tipo de capitalismo inaugura una lógica de extracción algorítmica que socava la privacidad y crea nuevos mecanismos de dominación.
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Capitalismo estatal (modelo chino): China ha consolidado un modelo que combina planificación centralizada, liderazgo del Partido Comunista y mercados dinámicos en sectores clave. No se trata de una economía socialista clásica, sino de un capitalismo dirigido por el Estado, donde empresas públicas y privadas conviven bajo un marco estratégico nacional. Xi Jinping ha profundizado esta forma de desarrollo, en la cual la inversión estatal en infraestructura, tecnología e innovación ha permitido crecimiento sostenido, expansión global (por ejemplo, la Iniciativa de la Franja y la Ruta) y autonomía frente al modelo liberal occidental.
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Tensiones entre neoliberalismo y propuestas post‑neoliberales o poscapitalistas: Desde la crisis de 2008, se ha intensificado el cuestionamiento del neoliberalismo. Movimientos sociales, gobiernos progresistas (como los de América Latina en los 2000), y pensadores contemporáneos como Thomas Piketty, Mariana Mazzucato y Nancy Fraser, plantean propuestas post-neoliberales, que incluyen mayor intervención estatal, redistribución de la riqueza, transición ecológica, economía del cuidado y propiedad común de plataformas digitales. Estas corrientes aún coexisten en tensión con un orden neoliberal global que se resiste a ceder hegemonía.
Países clave y evolución geopolítica del capitalismo
Las geografías del capitalismo han variado en función de las etapas históricas:
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En los orígenes mercantiles y comerciales (siglos XVI–XVIII), Países Bajos y Reino Unido lideraron la acumulación mediante compañías coloniales, flotas navales y banca transnacional.
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Durante la industrialización (siglos XVIII–XIX), el liderazgo se mantuvo en Reino Unido, extendiéndose luego a Francia, Alemania y progresivamente a Estados Unidos, que se convertiría en el núcleo del capitalismo global tras la Segunda Guerra Mundial.
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En la era neoliberal (desde 1980), EE.UU. y Reino Unido encabezaron la desregulación financiera, las privatizaciones y el libre comercio, con difusión global a través del FMI, el Banco Mundial y la OMC. Este paradigma influyó tanto en Europa continental como en Japón, Corea del Sur, Chile, México, India, generando variaciones nacionales.
Modelos híbridos: libertad de mercado y protección social
Actualmente, varios países han consolidado modelos mixtos que combinan mecanismos de mercado con políticas públicas robustas. No son anticapitalistas, pero sí representan alternativas al modelo puramente neoliberal:
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Modelos escandinavos (Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia): sostienen economías de mercado abiertas e innovadoras, al tiempo que ofrecen uno de los sistemas de bienestar más avanzados del mundo. Su combinación de sindicatos fuertes, impuestos progresivos y servicios públicos universales ha reducido las desigualdades y generado cohesión social.
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Capitalismo organizado europeo (Alemania, Austria, Países Bajos): estructuran sus economías con una cooperación institucionalizada entre empleadores, trabajadores y Estado. Ejemplo de ello son los sistemas de cogestión empresarial y los seguros de desempleo vinculados a la formación laboral.
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Capitalismo asiático con fuerte regulación estatal (Corea del Sur, Singapur, Taiwán, China): estos países han mostrado capacidad de orientar el mercado hacia metas nacionales de desarrollo, mediante políticas industriales activas, regulación del capital extranjero y planificación de largo plazo.
La importancia de comprender el capitalismo actual
Estudiar las formas contemporáneas del capitalismo es fundamental para comprender:
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El origen y funcionamiento de la riqueza moderna: La acumulación de capital y las desigualdades actuales no son naturales, sino el resultado de estructuras históricas, decisiones políticas y dinámicas sociales acumuladas durante siglos.
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Las tensiones entre mercado, poder y desigualdad: El capitalismo organiza no solo la producción y el consumo, sino también las relaciones de clase, género, raza y territorio. Entender estas tensiones permite pensar en soluciones estructurales y no meramente técnicas.
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La génesis de crisis recurrentes: Desde la crisis financiera global de 2008 hasta los desafíos económicos post-pandemia, el sistema muestra ciclos de auge y colapso que tienen raíces en la especulación, la desregulación y la concentración del poder económico.
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Las distintas formas de organización social y sus implicancias políticas, culturales y ambientales: La forma en que se estructura la economía impacta en la democracia, el medio ambiente, la calidad de vida y la posibilidad de imaginar futuros sostenibles.
Comprender estos distintos modelos y evoluciones del capitalismo es vital para analizar sus implicaciones: cómo se generan y justifican desigualdades, cuáles son los mecanismos sistémicos de crisis recurrentes, cómo interactúan cultura, innovación y estructura institucional, y cómo se regula su impacto social y ambiental. Estas razones hacen imprescindible su estudio para la formulación de políticas públicas robustas y equitativas frente a los retos contemporáneos de desigualdad, gobernanza global, sostenibilidad ambiental y transformación del mundo del trabajo.
TEXTO EN INGLÉS
Capitalism: Definition, History, and Key Thinkers to Understand the Current Economic System
From a sociological, legal, and economic perspective, capitalism consolidated as an economic and social system characterized by private ownership of the means of production, the pursuit of profit, free market competition, and the organization of wage labor.
The term capitalism originated in Europe during the transition from feudalism at the end of the Middle Ages and the Renaissance. During this period, the so-called “sedentary merchants” emerged in cities such as Florence and Venice. They were responsible for the development of key financial innovations—such as banking, marine insurance, bills of exchange, and double-entry bookkeeping—that laid the foundations for modern mercantile capitalism, which took theoretical shape in the 18th century thanks to Adam Smith. His work The Wealth of Nations (1776) introduced the concept of the “invisible hand” as a market-regulating mechanism, emphasizing specialization, savings, and economic efficiency.
In the 18th century, Michael Sonenscher expanded this analysis as an intellectual historian in Capitalism: The Story Behind the Word, describing how “capitalism” became a modern concept between the 18th and 19th centuries, linked to the expansion of trade, private property, and wage labor. Jonathan Levy, for his part, makes a key distinction between capital not only as a material element but as a pecuniary process oriented toward future valuation—a concept that modernizes our understanding of what it means to produce wealth.
Key Exponents Include:
The theoretical foundation of capitalism—beyond profit—implies that capital accumulation finances productive expansion, under the logic of free exchange and private property. Its historical purpose was to displace mercantilism and the feudal order, maximizing wealth, efficiency, and economic growth.
The pioneering nations were England and the Netherlands in the 16th and 17th centuries, thanks to investments in manufacturing and trade, followed by France, Germany, and the United States after the Industrial Revolution (late 18th century).
Capitalism has gone through several stages or phases:
Early medieval banking developed in centers like Florence with banking houses such as the Medici, which financed wars, monarchies, and even the papacy. Financial mechanisms were established that laid the foundations for modern credit: bills of exchange, double-entry bookkeeping, futures contracts, and interest-bearing loans (initially prohibited by the Church but progressively legitimized).
This period was not yet capitalist in the strict sense, as production remained dominated by premodern relations (feudalism, serfdom), but it did mark the beginning of a monetized economy oriented toward profit and investment. Fernand Braudel describes this process as a “market economy in the shadow of the subsistence economy,” where capital began to articulate itself as a system of power.
Mercantilism spurred the emergence of chartered companies, such as the East India Company (England, 1600) and the Dutch East India Company, VOC (1602). These companies held exclusive rights over trade in specific regions and operated as proto-states, with the capacity to declare wars, mint currency, and establish colonies. They were pillars of colonialism, facilitating the plundering of resources and the exportation of African slaves.
During this period, capital was organized around transnational trade networks and the use of armed fleets, while production remained largely artisanal. Karl Polanyi argues that at this stage there was still no self-regulating market, but rather a system where the economy was subordinated to political objectives.
The factory system imposed a new form of labor organization: the division of labor, theorized by Adam Smith in The Wealth of Nations, increased productivity but also fragmented the worker's labor experience. The workday became longer and more regimented, and conditions in urban factories were often inhumane. Capital accumulation accelerated through the exploitation of wage labor.
This model expanded from the United Kingdom to France, Germany, and the United States, prompting massive migrations from rural areas to cities, transforming social structures, creating a new industrial working class, and giving rise to the first labor movements and to Marxism as a theoretical critique of the system. Karl Marx observed that industrial capitalism contained internal contradictions that, as they intensified, would provoke its revolutionary transformation.
This gave rise to state and social democratic capitalism, a hybrid form in which the market coexists with welfare policies such as public healthcare, universal education, pensions, and labor rights.
Gøsta Esping-Andersen, in The Three Worlds of Welfare Capitalism (1990), classified capitalist welfare regimes into three models: liberal (U.S., United Kingdom), conservative or corporatist (Germany, France, Belgium), and social democratic (Sweden, Denmark, Norway). These models reflect different market, state, and family dynamics, as well as varying degrees of social protection, decommodification, and socioeconomic stratification.
There are also hybrid models, such as that of the Netherlands, with mixed characteristics. This type of capitalism reached its peak between 1945 and 1973, in the so-called "Thirty Glorious Years," characterized by growth, low inequality, and the expansion of social rights.
In Japan, capitalist development also contains state-driven elements: rural proto-industrialization and the relationship between agriculture and manufacturing during the Tokugawa period paved the way for its modern industrialization. In Russia, Lenin documented how capitalism took hold through the transformation of communal agrarian structures into capitalist forms of production as early as the 19th century.
Historian Donald Sassoon, in his analysis of capitalism between 1860 and 1914, shows how its global expansion generated greater international integration of trade, technology, and politics, accompanied by internal tensions and imperialist violence, without hindering its capacity to generate prosperity.
Institutions such as the International Monetary Fund (IMF), the World Bank, and the World Trade Organization (WTO) promoted these policies on a global scale, particularly in Latin America, Eastern Europe, and Africa. The collapse of the Soviet bloc in 1991 consolidated the dominance of global capitalism.
In this phase, financial capital gained a leading role. Speculative investment, hedge funds, cryptocurrencies, and financial derivatives increased exponentially. Multinational corporations acquired more power than many nation-states, while social and environmental inequalities intensified.
David Harvey, in A Brief History of Neoliberalism (2005), denounces this phase as a process of "accumulation by dispossession," in which global elites concentrate capital through labor precarization, privatized urbanization, and the commodification of public goods.
Among the main current sub-trends are:
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During the mercantile and commercial origins (16th–18th centuries), the Netherlands and the United Kingdom led capital accumulation through colonial companies, naval fleets, and transnational banking.
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During industrialization (18th–19th centuries), leadership remained in the United Kingdom, later extending to France, Germany, and progressively to the United States, which would become the core of global capitalism after World War II.
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In the neoliberal era (since 1980), the U.S. and the U.K. spearheaded financial deregulation, privatizations, and free trade, which were globally promoted through the IMF, the World Bank, and the WTO. This paradigm influenced continental Europe, as well as Japan, South Korea, Chile, Mexico, and India, generating national variations.
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Scandinavian Models (Sweden, Norway, Denmark, Finland): They sustain open and innovative market economies while offering some of the world's most advanced welfare systems. Their combination of strong labor unions, progressive taxation, and universal public services has reduced inequality and generated social cohesion.
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European Organized Capitalism (Germany, Austria, the Netherlands): These countries structure their economies with institutionalized cooperation between employers, workers, and the state. Examples include co-determination systems in companies and unemployment insurance linked to workforce training.
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Asian Capitalism with Strong State Regulation (South Korea, Singapore, Taiwan, China): These countries have demonstrated the ability to steer the market toward national development goals through active industrial policies, regulation of foreign capital, and long-term planning.
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The origins and functioning of modern wealth: The accumulation of capital and current inequalities are not natural but the result of historical structures, political decisions, and social dynamics that have developed over centuries.
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The tensions between market, power, and inequality: Capitalism organizes not only production and consumption but also class, gender, race, and territorial relations. Understanding these tensions allows for thinking about structural—not merely technical—solutions.
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The origins of recurrent crises: From the 2008 global financial crisis to the post-pandemic economic challenges, the system displays cycles of boom and collapse rooted in speculation, deregulation, and the concentration of economic power.
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The different forms of social organization and their political, cultural, and environmental implications: The way the economy is structured impacts democracy, the environment, quality of life, and the possibility of imagining sustainable futures.
Understanding these different models and evolutions of capitalism is vital to analyzing their implications: how inequalities are generated and justified, what the systemic mechanisms behind recurrent crises are, how culture, innovation, and institutional structures interact, and how their social and environmental impacts are regulated. These reasons make it essential to study capitalism in order to formulate robust and equitable public policies in the face of contemporary challenges such as inequality, global governance, environmental sustainability, and the transformation of the world of work.
Referencias:
Esping-Andersen, G. (1990). The Three Worlds of Welfare Capitalism. Princeton University Press.
Harvey, D. (2005). A Brief History of Neoliberalism. Oxford University Press.
Marx, K. (1867). Das Kapital.
Piketty, T. (2014). Capital in the Twenty-First Century. Harvard University Press.
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